
Viajaba de casualidad con Juan, otro argentino. Los había visto en Tucumán y nos encontramos una madrugada helada en La Quiaca. Esperamos juntos a que saliera el sol y fuimos por algo caliente y cruzamos la frontera. Me sugirieron ir con ellos a Tupiza.
Estuve sólo una noche allí, luego tomé el tren. Me llevé muy bien con Juan, a quien volví a reencontrar al volver.
Tiempo después alguien me contó que la inquilina de aquel alojamiento había muerto de càncer. Sarita se llamaba y tenía hijos chiquitos.
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